El traje de superhéroe que ya no destiñe
Por Victoria Viola*
Cuando estaba embarazada de cinco meses a papá le diagnosticaron cáncer de próstata. Recuerdo cuando me enteré, me senté en la cama de mi cuarto, en un segundo piso contrafrente, y lloré mirando la medianera. Lloré dramáticamente, gritando, torciéndome, con mocos y ahogo. Por momentos sentía que estaba exagerando, pero luego me acordaba que papá tenía cáncer y volvía a doblarme en dos, abrazando mi ya inexistente cintura.
Lo acompañé al hospital para hablar con el oncólogo y entender de primera mano el alcance de todo. Temía que papá me ocultara información.
Compartimos las náuseas, los controles, las inyecciones, el sueño pesado, el cansancio ridículo, los humores efervescentes y la libido baja. Mientras yo velaba por esa vida que se creaba en mí, él combatía contra una enfermedad para evitar que se abriera paso. Papá llegó a empatizar con la menopausia que tanta gracia le había dado hasta entonces y yo sentí un poco de justicia de género al verlo sudar como a una señora de cincuenta y cinco.
Cuando faltaban tres meses para que naciera Floro, mi abuela adorada falleció. Un veinticinco de diciembre a la madrugada. Nuestra fiesta familiar favorita, oscurecida para siempre.
La muerte de su madre terminó de entristecerlo. Durante casi dos meses se resistió a que lo acompañara, lo abrazara y no se dejó cuidar.
Papá volvió a nacer el 12 de marzo de 2018, junto con Floro. De los 3 días que estuve internada post parto, él vino dos. Tuvo a Floro a upa todo lo que pudo. Nos acompañó a vacunarlo, lo alzó cuando hacíamos los tramites post internación, nos llevó a casa, bajó los bolsos e inventó una excusa para quedarse un rato más. Ese día hicimos un contrato tácito e instauramos los lunes del abuelo. Esto es revolucionario para mí: papá siempre fue Peter Pan. Tengo recuerdos de sentirlo un súper héroe, un hueco histórico negro y oscuro cuando se volvió a casar, y el resto de nuestras vidas, donde la adulta pasé a ser yo, él se quedó en Nunca Jamás apilando deudas, vencimientos y obligaciones. Yo volví, lo cuidé, le di charlas reflexivas y lo mandé a cagar por tiempo limitado. Todo eso es historia. Mi papá ya no es mi papá. Es el Abuelito Encantador: así se proclama y eso le repite varias veces por semana a Floro para que aprenda.
Todos los lunes de puerperio papá llegó a mi casa con una bolsita de supermercado que adentro tenía una suprema de pollo, dos limones y un puré de papás. Alguna vez mamá le recalcó la importancia de que me ayudara con la comida y el orden de la casa y el tipo cumple hasta el día de la fecha con la consigna.
El puerperio se acabó (o no, ¿quién lo sabe a ciencia cierta?) y él sigue cayendo con su menú, me ayuda a poner la mesa y cuando terminamos de comer, lava todos los platos. Yo subo a mi escritorio o me enlisto para salir de casa y él ni siquiera lo nota. Todas su antenas sintonizan una sola cosa: a Florentino recién levantado de su siesta. Sube tan rápido como lo dejan sus piernas, le hace una fiesta de abrazos y besos, le cambia el pañal con una felicidad conmovedora, y salen a pasear. Le ha lavado la cola sucia en el lavatorio con la misma alegría con que yo abro un regalo. Juegan, lo lleva a la plaza, a saludar al tren, le da el té y la cena si hace falta, se tira al piso con él. Le toca la guitarra y le canta. Yo nunca antes había escuchado cantar a mi papá. Y Floro lo ama. Se tiran en la cama a leer un cuento y le agarra un dedito, que papá deja en alto hasta la gangrena y funciona como muñeco de apego. Si debo salir de noche, lo llamo a él. Viene puntual, feliz a cuidarlo con su campera negra y mocasines que no hacen juego. Rompe la veda televisiva, se tiran en nuestra cama y al ritmo de Baby TV, se duermen abrazados.
No discutimos más, charlamos semanalmente, me pide fotos, se acuerda de lo que le cuento de Floro y me aconseja como nunca hizo. Su trabajo, su novia, sus deudas, nuestras heridas mal cicatrizadas, nada existe cuando llega El Abuelito Encantador.
¿Qué es este fenómeno? ¿Cómo es que 33 años de terapia y toda mi voluntad no pudieron reparar lo que mi hijo sanó instantáneamente? ¿Será que Floro es un poderoso chamán que vino a traerle a papá ese amor que tanto le faltaba? ¿O será simplemente que ser abuelo es una nueva clase de superhéroe con capa que no destiñe?
*Victoria Viola nació en Mar del Plata en 1984. Actualmente sólo sabe que es hija única, de escorpio y madre de Florentino. Licenciada en Comunicación, le gusta actuar, escribir, dirigir y hablar. Lo último es lo que mejor le sale. No por eso deja de intentar hacer el resto.
** Ilustración maravillosa por Lucía Reynoso.
**** Este texto forma parte de los encuentros de El silencio de las madres.
Excelente reflexión sobre un tema no explorado que además está muy bien escrita. Los lectores agradeceremos más crónicas de Victoria Viola sobre este tema.
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Excelente escritora, actriz, madre, y “dadora de consejos y datos útiles” 😉 gracias 💜
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Que maravilla de texto… Me ha conmovido y removido mi propia historia. Gracias
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