Operating instructions – Anne Lamott
19 de septiembre
Está tan bien todo el día, tan alerta y hermoso y bueno, y después entran en escena los cólicos. Estoy bien la primera hora, más o menos, no estoy contenta con nada pero estoy básicamente ok, y después empiezo a perder la cordura mientras los cólicos siguen. Termino increíblemente frustrada y triste y enojada. Últimamente tuve unas visiones terribles, como de agarrarlo del tobillo y estamparlo contra la pared, como se “cura” a un pulpo en el muelle. Me volví tan loca que le pregunté si quería que fuera a buscar el palo con clavos, que es lo que mi amiga Kerry le dice a sus perros cuando se están portando especialmente mal. Nunca lo lastimé y no creo que vaya a hacerlo nunca, pero tuve que irme del cuarto en el que él estaba, irme a otro lado y solo respirar por un rato, o llorar, apretando y soltando los puños. Tengo cuatro amigas que tuvieron bebés alrededor del momento en el que yo lo tuve, todas son mujeres excéntricas y poderosas, y no creo que ninguna de ellas esté teniendo estos pensamientos horribles. Claro que sé que no son ninguna Donna Reed tampoco, pero una de las peores cosas de ser madre, para mí, es estar cara a cara con la locura, el desgarro y el odio que se alojan secretamente en mí. Alguien sin hijes, que piensa que soy profundamente espiritual, me dijo el otro día que la maternidad me dio la oportunidad de bailar con mis sentimientos de inseguridad y odio, y mi respuesta automática fue pensar: Por qué no te vas a la mierda, cabeza de taradez new age rama cósmica — por qué no te vas a bailar vos con ésta.
2 de octubre
Había un escritor famoso, creo que debe haber sido Tolstoi, que decía que tenías que estar herido para escribir pero que no tenías que escribir hasta que la herida hubiera sanado. Sin embargo yo quiero seguir tipeando estas notas desde el medio de la lastimadura, aunque puede que no sirvan para nada.
Tengo una consciencia definitiva de la gran herida que genera tener un bebé —sumado a que tu vagina queda hecha trizas. Antes de quedarme embarazada de Sam, sentía que no había nada que pudiera destruirme completamente. Cáncer terminal podría haber sido un contratiempo, pero yo sinceramente pensaba que podría atravesarlo. Y siempre pensé que si algo les pasaba a Steve o a Pammy, si se murieran, sería el final para mí durante un largo tiempo, pero que de alguna manera podría recuperarme. En un sentido muy real, sentía algo así como que la vida podía golpearme con su mejor tiro, y si sobrevivía, genial, y si me moría, bueno, podría estar con Papá y con Jesús y no tener que soportar más mi piel errática o a George Bush. Pero ahora estoy jodida con Dios. Ahora hay algo que podría pasar que no podría sobrevivir: perder a Sam. Miro hacia abajo su abrumadoramente hermosa carita y a veces casi no puedo respirar. Él es todo lo que siempre quise, y mi corazón está tan enorme lleno de amor que siento que podría explotar. Al mismo tiempo, siento que arruiné completamente mi vida, porque yo no solía preocuparme tanto por nada.
31 de enero
Hice algo muy estúpidamente horrible anoche: releí el cuento de Raymond Carver “Algo sencillo y bueno”. No sé por qué. Es como ese viejo chiste del poderoso tigre que está sosteniendo un ratón boca abajo desde su cola, moviéndolo de adelante para atrás frente a sus ojos, diciéndole: “Sos la criatura más patética y débil que haya visto”, y el ratón le responde: “Es que estuve enfermo”. Esa soy yo.
La historia es sobre un hombre y una mujer que piden una torta a una panadería para el cumpleaños de su pequeño hijo, pero después al nene lo atropella un auto y queda en coma. Así que no retiran la torta. El panadero piensa que lo estafaron y no para de llamarlos y dejar mensajes horribles en su contestador, pero después —sí, horror, se pueden imaginar— el chiquito se muere. Y al final de la historia los padres van al atardecer a la panadería y contra todo pronóstico se quedan comiendo pan y facturas con el panadero.
No puedo explicar el terror que sentí mientras leía la historia. Creo que había algo adentro mío que simplemente sintió que tenía que enfrentarme con esa espantosa posibilidad y paladearla, en vez de que fuera una sombra maligna caminando siempre detrás nuestro. Pero fue como tener una serpiente de cascabel adentro de nuestra casita, así de enorme se sintió el miedo desde el principio, así de petrificada estoy con la posibilidad de perder a Sam. Pero después me di cuenta de que era una historia de eucaristía, el cortar y repartir el pan, el atardecer.