María Laura Garateche escribe sobre esos días raros en los que Paloma dormía en una cajita transparente y ella se sentaba petrificada a su lado, incapaz de pronunciar la escena, esperando impaciente a su hija con las tetas vacías y los ojos llenos de lágrimas.
Paloma
Ahí estabas, durmiendo adentro de una cajita transparente con agujeros por los que podía pasar mi mano para acariciar tus venas maltratadas. Yo, sentada a tu lado, procesaba ese cuadro que no pude pronunciar por mucho tiempo. Esperaba abrir los ojos y que todo fuera una pesadilla. Volver a la plenitud de tu nacimiento, a ese contacto cuerpo a cuerpo, piel con piel, lleno de miradas, caricias, olores, que nos habían robado.
Ahí seguía yo, esperando que eso que te había dejado inmóvil, en la profundidad de tus sueños, se esfumara completamente. Lo que hizo que nada te aqueje, que no sientas los constantes pinchazos, que no llores por el baño a la mañana temprano, que no te moleste que te acunen brazos extraños. Sumergida dentro de esa cajita transparente, en ese lugar donde aprendí que el dolor y la esperanza conviven, pero que también a veces predomina uno u otro.
Mis tetas llegaron a ese lugar endurecidas como dos rocas de leche solidificadas. Tuve que vaciarlas mecánicamente para que pudieran darte mi leche a través de ese tubito diminuto de plástico con el cual te alimentaban. La angustia no me permitió volver a llenarlas y quedaron así, vacías, como yo, esperándote.
Un día la enfermera te sacó de la cajita y pude tenerte en brazos. Creí que mi estado no podría darte la contención que necesitabas. Mi cuerpo autómata se había acostumbrado a estar ahí, al lado, esperando, con las tetas vacías y los ojos llenos de lágrimas. La enfermera me dijo que me abra la camisa para poder amamantarte. Tomé incrédula la teta con mis dedos para acercarla a tu boca. Vos seguías durmiendo en sueños. Pude ver tu rostro de frente y sentir la luminosidad de tu cara, esa paz que irradiabas a pesar de la lucha interna que libraba tu cuerpo por mantenerte latiendo.
Intenté presionar varias veces mi teta, hasta que una gota de leche cayó lentamente y se derramó sobre tu boca. Vi cómo la abrías tímidamente para tratar de alcanzarla. Tus ojos se mantuvieron cerrados. Mis lágrimas me recorrieron la cara hasta acariciar mi sonrisa. Ese fue tu primer movimiento, tu primera conexión con este lado del mundo, aquel que te esperaba mientras dormías en la cajita transparente, en ese lugar extraño y con personas extrañas, en ese, nuestro mundo, donde deberíamos haber sido solo vos y yo, Paloma.
***El collage maravilloso es de Alejandra Arregger.