La escritora española Laura Freixas responde en «Dealers» sobre el silencio de las madres en la cultura, la relación entre literatura y maternidad y el aparente boom de los padres que escriben.
Laura Freixas estudia el vínculo entre literatura y maternidad desde hace décadas. Su inquietud en el tema surgió al embarazarse de su hija y enterarse del inmenso cráter que había sobre la maternidad en la cultura. La literatura, como futura madre, la expulsó, y el constante diálogo que siempre había existido entre lo que leía y lo que vivía se interrumpió de manera abrupta, produciéndole no solo una gran decepción sino también un profundo asombro: «¿Cómo podía ser que una experiencia como el embarazo: frecuentísima, universal, eterna; una experiencia indispensable para la supervivencia de la especie humana; una experiencia intensísima, crucial, que marca profundamente a quien la vive; una experiencia con aspectos biológicos, económicos, políticos, históricos, y dotada de inmenso potencial simbólico, cómo podía ser que una experiencia semejante fuera absolutamente ignorada por la literatura?». Fue así como decidió empezar a investigar sobre ese gran vacío y, desde entonces, nunca dejó de hacerlo.

En 1996, cuando todavía casi nadie hablaba sobre el tema, compiló y prologó la antología Madres e hijas, donde catorce autoras echan luz sobre esa relación tan poco visitada por la literatura. La antología fue un éxito instantáneo de ventas —solo en el primer año se vendieron más de 40.000 ejemplares— y, de acuerdo con la autora, el libro se vendió así porque cubrió una necesidad que hasta entonces había estado latente: la de ver reflejadas las experiencias de las mujeres en el ámbito cultural.
Según escribe Freixas en El silencio de las madres —un libro que publicó en 2015 que recopila más de dos décadas de investigaciones y reflexiones sobre las mujeres en la cultura—, «la experiencia femenina es como un gran iceberg, del que la literatura alumbra solo una pequeña parte: lo que las mujeres viven con los hombres. El resto: su vida a solas, sus propias ambiciones y deseos (otros que los amorosos), y sus relaciones entre sí, está a oscuras. Ha empezado a salir a flote lentamente a medida que más mujeres escriben; pero aún queda mucho sumergido. Sobre todo la maternidad».
En 1993, cuando se embarazó de su hija, comenzó su búsqueda de significados sobre la maternidad en la literatura. De acuerdo con su mirada y análisis, ¿qué cambió en estos veinticinco años en la relación entre literatura y maternidad, si es que algo lo hizo?
En toda la cultura en general, veo que en estos últimos años -más bien los últimos 5 o 10- empieza a aparecer una conciencia de la desigualdad, tanto numérica como en los contenidos, y una voluntad de remediarla. Pintoras, fotógrafas, escritoras, cineastas… están empezando a abordar, deliberadamente, como tema de su obra, experiencias femeninas hasta ahora casi ausentes, o al menos marginadas, invisibilizadas, en la cultura, tales como la violación, la maternidad, el lesbianismo o la prostitución. Pienso, al azar, en textos autobiográficos como Violación de Jana Leo o A life’s work de Rachel Cusk, en ciertas fotografías de Ana álvarez Errecalde, en películas como la argentina Alanís o la estadounidense Tully… Pero todavía son corrientes muy minoritarias, muy pequeñas en comparación con la enormidad de lo que no se ha contado, de lo que podríamos sacar a la luz.
En su ensayo «El origen del mundo no tiene quien lo escriba» dice que «no basta con que unas pocas mujeres accedan a la escritura y a la publicación si lo hacen dentro de un sistema de valores que considera toda experiencia femenina como de segunda categoría”. ¿Qué mecanismos deberían ponerse en marcha para que la experiencia escrita de las madres no se considere de segunda categoría?
Nosotras, las creadoras, tenemos que hacer un esfuerzo por empezar a decir lo mucho que, como explicaba más arriba, no se ha dicho, en el ámbito de la maternidad y en otros ámbitos de la vivencia femenina. Creo que debemos hacerlo enfrentándonos a esa desvalorización, sabiendo -pero no resignándonos a ello- que lo que hagamos será visto como «cosa de chicas», de segunda categoría, de interés muy sectorial, etcétera. Tenemos que atacar los prejuicios, demostrar que no hay ningún motivo, más que el privilegio, para que las experiencias masculinas (como la guerra) sean vistas como «humanas» y las femeninas como «de mujeres».
Y creo que debemos abordar las experiencias femeninas con sinceridad, profundidad, grandeza. Lo digo porque a veces me parece percibir un tonillo frívolo y humorístico que es -o yo así lo interpreto- una manera de pedir perdón, de dar a entender que no es muy importante, que nosotras mismas no lo tomamos muy en serio.
¿Cuáles son los temas relacionados con la maternidad que hoy siguen completamente en silencio en la literatura?
¡Todos! El embarazo no querido, incluso no confesable; el aborto, espontáneo o voluntario; la infertilidad; la relación con el bebé; el amamantamiento, el destete; los sentimientos hacia, y relaciones con, hijas e hijos adolescentes o adultos… Todos esos temas se han tratado, pero muy poco; no abiertamente y a fondo. O bien se mencionan de paso (porque la autora es consciente de que no son «dignos de la Literatura con mayúscula»), o se frivolizan, o se confiesan en un texto que no se escribe para publicar (caso de Sylvia Plath en su diario) o destinado a publicación póstuma (como Victoria Ocampo cuando en sus memorias cuenta que creyó haberse quedado embarazada de su amante, cuando estaba casada, y tomó la decisión, si se confirmaba el embarazo -no se confirmó- de suicidarse). Libros como los de Annie Ernaux (El acontecimiento, narrando su aborto), Jane Lazarre (El nudo materno, sobre su maternidad) o Rachel Cusk (A Life’s work, mismo tema), son todavía muy escasos.
En los últimos años aparecieron cada vez más libros de géneros autobiográficos de autores que cuentan su experiencia como padres: Michael Chabon con Fatherhood in Pieces (ensayos); Karl Ove Knausgard con su saga de las estaciones Autumn, Winter, Spring, Summer (auto-ficción); Mauricio Koch con Cuadernos de crianza (diario). ¿Cómo explicaría este “fenómeno”?
Creo que hay ahora mismo en la literatura en general una corriente de «privatización» de la experiencia y un interés por lo autobiográfico debidos, entre otros factores, a la crisis de los llamados «grandes relatos». Eso empuja a algunos escritores varones a hacer una literatura introspectiva, autobiográfica y que analiza las relaciones familiares. Tengo la impresión (pero no tengo datos) de que el tema favorito no es la relación con los hijos, sino con el padre…. En todo caso, la problemática que eso les plantea no es la misma que en el caso de las autoras. Todo lo que escribe un autor varón se considera, a priori, potencialmente universal, no se descalifica como «cosas de chicos». Si escribe sobre ámbitos tradicionalmente considerados propios de mujeres, como la relación con los hijos, creo que se aprecia como una muestra de sinceridad, valentía, generosidad o de originalidad, como una especie de exotismo.
De todos sus años de lecturas sobre maternidades, ¿qué libros (de cualquier género) le recomendaría hoy a una embarazada que quiere buscar en la literatura una riqueza de significados sobre su embarazo y futura maternidad?
Pues por ejemplo, Maternidad y creación, una antología de textos de diversas autoras coordinado por Moyra Davey, y Nacemos de mujer, de Adrienne Rich.
Por último, en mi propio recorrido literario de temas relacionados con la maternidad descubrí que es muy difícil encontrar en la literatura personajes ricos que escapen del clisé de la madrastra mala. ¿Conoce algún libro que pueda recomendar que lo haga?
Creo que lo hace en varias de sus obras una escritora catalana (que a veces escribe en catalán y otras en castellano) llamada Jenn Díaz, pero no le puedo recomendar una obra suya en particular.
Madres e hijas se puede pedir en papel a Argentina a través de Book Depository. El silencio de las madres se consigue en formato Kindle.
«Madres e hijas: una realidad universal, una relación crucial, y sin embargo, un tema llamativamente ausente de la historia de la literatura. Para que adquiriese carta de ciudadanía, ha habido que esperar a que las mujeres escribieran y a que fueran configurando una tradición propia. Es significativo que una de las más tempranas obras debidas a una mujer sean las cartas de Madame de Sévigné (1626-1696) dirigidas a su hija. Pero es solo en el siglo XX -a medida que las mujeres escritoras van dejando de ser una rareza- cuando el dúo madre-hija comienza a tener una presencia literaria notable. Las primeras obras en darle protagonismo, como Sido de Colette o Una muerte muy dulce de Simone de Beauvoir, fundan un género -la evocación de la madre muerte- que luego se multiplicará, ramificándose, en obras como las de Annie Ernaux, W.A. Mitgutsch, Carla Cerari, Amy Tan, Isabel Allende o Susanna Tamaro hasta convertirse en un lugar común de la narrativa contemporánea, e inspirar a escritores varones que empiezan a su vez a escribir sobre sus padres. Aunque la literatura castellana parece peculiarmente reacia al análisis de sentimientos y, en general, a la esfera íntima («Nuestra intimidad es esteparia», se lamentaba Gil de Biedma), la relación entre madres e hijas es un tema presente en la obra de muchas escritoras contemporáneas, como lo atestiguan los relatos -anteriormente publicados- de Rosa Chacel, Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute que hemos seleccionado. A ellos se añaden otros de autoras más jóvenes, escritos expresamente para este libro y, por lo tanto, inéditos. La figura de la madre, de la hija, o la maternidad en sí, suscitan en cada uno de estos textos visiones muy dispares: declaración de amor, lucha a muerte, fantasía entre angelical y terrorífica, crítica radical a los valores de la sociedad en que vivimos, diferenciación entre madres y mamás, o análisis de sentimientos ambiguos en torno a una madre percibida como nudo gordiano en el que se entralazan infancia y madurez, agobio y orfandad, rivalidad y adoración… y cuya muerte parte en dos la vida de la hija»