Estos son algunos fragmentos de And now we have everything: On motherhood before I was ready, de Meaghan O’Connell, cuyo título podría traducirse algo así como Y ahora tenemos todo: sobre ser madre antes de estar lista.
El libro se publicó en abril de este año (2018) y ya es un éxito de ventas en Estados Unidos. Sobre el libro en sí escribiré más adelante. Por el momento, que hablen algunos de los fragmentos del libro.
***
Abrí mi laptop y al instante me sentí una genia. Escribir era mucho más fácil que cuidar un bebé. Escribir era algo que yo ya sabía hacer, técnicamente. Y la vida de nadie dependía de eso. Además ya no tenía tiempo para procrastinar ni para paralizarme pensando todo dos veces. Me había dado miedo que el bebé pudiera derrotar cualquier ambición que tuviera, pero me estaba pasando lo contrario. ¿Tal vez por eso había tenido al bebé?
***
Quizás solo se trata de la distracción. De la tuya, de la del bebé, de la de todo el mundo. Pensar en otras cosas. Dejar de pensar en todas las cosas malas que podrían pasar. No porque no puedan pasar sino porque esa es la única forma de calmarse. Miré al bebé y al raspón en su cabeza, que Dustin me había querido hacer creer que era una quemadura de la tela del portabebé. Me hizo doler la panza pero me sentí más tranquila. Algo se había alivianado, aunque fuera temporalmente. Había pasado algo malo y el bebé había sobrevivido. Podía lastimarse sin morirse. Podía superar mis errores. Era vulnerable pero fuerte. Humano. ¿No era ese el problema, a fin de cuentas? Iba a caminar a través del mundo, en donde había un millón de formas diferentes de morirse. Un día algo lo mataría. Y yo lo amaba demasiado para que eso pasara. Sin embargo, ¿qué más se puede decir?
***
Quizás eso era lo que estaba tratando de compensar: te amo, creo. Perdón por todo el rechazo sexual. Me hace sentir mal. O algo así. Sabía que lo estaba lastimando. Y sin embargo. Ese febrero y durante todo el puerperio —¿cuándo dejás de ser puérpera? ¿o quedás así para siempre? — no solo no quería tener sexo, hubiera preferido que el sexo no existiera. Sabía que toda nuestra dinámica estaba amagando con dejar de ser un capítulo de una sitcom para convertirse en un problema real, un problema que podía ser arreglado, o al menos reducido, si me hubiera dejado ser. Acostarme boca arriba sin pensar demasiado, fingir hasta que hubiera pasado, ya saben cómo es. Y así lo hice más o menos casi todos los meses, después de un debate interno interminable. Algunas veces se sentía bien, también, al final, pero era precedido por tanta preocupación ansiosa que nunca parecía valer la pena. ¿No podíamos posponer el sexo por un tiempo?
***
Dejemos que el polvo se asiente y aceptemos que soy un mamífero lactante y que todo está en continuo cambio y estamos asustados pero dentro de un año o algo así, todo va a ser diferente. Un día el bebé va a dormir tres horas de siesta todos los días y en los fines de semana, después de que cada uno de nosotros vaya a su respectivo rincón a mirar el celular el tiempo suficiente como para recobrar un sentido de equilibrio, uno de nosotros —está bien, vas a seguir siendo vos— vas a acercarte a cualquier cuarto en el que yo esté y yo voy a estar contenta de verte. Sabé que no voy a saltar cuando me toques, que no te voy a dar la espalda, que eventualmente voy a sentir una suerte de despertar adolescente de deseo, y que obviamente siempre vas a ser vos a quien voy a querer, y quiero, que la logística y el equipaje y la presión y estar adentro de mi cabeza siempre van a ser parte de la ecuación, pero que algún día, gracias a dios, voy a estar genuinamente caliente otra vez.
***
«Cuidar un bebé es como manejar por la autopista», me dijo la esposa de un antiguo compañero de trabajo cuando yo estaba embarazada y nos sentamos a una mesa de picnic en su patio norteño.«Es increíblemente aburrido pero no podés mirar para otro lado». Me acuerdo de haber pensado, Uf, pero a mí no me va a pasar eso.
***El collage es de Alejandra Arregger.