La actriz, escritora y tallerista uruguaya Mariana Olivera comparte sus reflexiones sobre el ambiente literario, la censura, la escritura como terapia, los círculos de maternidad y el feminismo.
Aunque no se quiera embanderar como la referente del tema, Mariana Olivera es la representante en Uruguay de lo que en Argentina hace algunos años se empezó a llamar «el lado B de la maternidad», cuyo primer exponente literario muy probablemente haya sido la Guía (inútil) para madres primerizas de Ingrid Beck y Paula Rodríguez, publicada en 2007 (sí, ya pasaron más de diez años), y cuyo alcance un poco más masivo se logró con los blogs de madres millenials -y no tanto- y a través de posteos catárticos en Facebook, algunos de los cuales se convirtieron en libro, como Mamá mala de Carolina Justo Von Lurzer. Ese lado B, que intentaba mostrar y contar que la maternidad no era solo la felicidad, sonrisas, limpieza y orden que se mostraba en las revistas, traía algo de humanidad al asunto más desconcertante y raro que atravesamos muchas mujeres (y varones, claro, aunque recién ahora estén escribiendo más sobre el tema).
La experiencia de la actriz, escritora y tallerista Mariana Olivera en la literatura del lado B también empezó con la lectura de la Guía (inutil)… durante el embarazo de su hijo, pero por su afán de consumir relatos sobre la maternidad encontró más cosas: un libro hippie que le ofrecía la posibilidad de parir en una pelopincho; uno de Laura Gutman que la invitaba a refugiarse en su costado más oscuro antes de pensar en matarse; y otros de otras madres y teóricas que lejos de calmarla la desesperaron. Ninguno tenía frases que le hablaran a la carne de sus vivencias. Ella ya sabía que las palabras clave de la maternidad serían el amor, la leche y la caca, pero nadie le contaba desde el abismo de su propia intimidad cómo se vivirían el desborde, la angustia y el shock.
Esa soledad literaria la empujó a escribir un blog que se llamó Madrecoco desde la trinchera a cielo abierto de su embarazo y los dos primeros años de su hijo, donde expuso las verdades, las contradicciones y los desajustes sobre los que se desarrolló su flamante maternidad. Hoy, Madrecoco es un libro con dos ediciones agotadas y una tercera en puerta. Sin embargo, como la maternidad misma, su recorrido literario tampoco fue un camino de rosas. El sistema editorial uruguayo es un ambiente reacio a las (in)experiencias maternales, y su acercamiento a las madres escritoras deja mucho que desear. Según Olivera, aunque a Madrecoco le fue muy bien -lo publicaron en octubre de 2015 y la primera edición se agotó en dos meses- la circulación y difusión de su libro fue otro trabajo que tuvo que hacer prácticamente sola (como si escribir y ser madre no fueran ya dos trabajos de tiempo completo).
Para saber más sobre sus incursiones en la literatura y en la maternidad, y, sobre todo, en el cruce de ambas, le hice algunas preguntas.
¿Hay literatura de la maternidad en Uruguay? ¿Dónde entra Madrecoco en el canon literario uruguayo?
Hay cosas escritas sobre maternidad en Uruguay pero la mayoría tiene una visión muy edulcorada que apunta a lo biológico y a los fluidos: la teta, la leche, la caca, el meconio. Creo que le falta toda la humanidad que hay detrás de eso. No digo que tenga que ser todo punk y hardcore pero todavía falta diversidad. Claramente hay una necesidad de leer, de escribir, de identificarse con este tema. Se me han acercado madres que desde sus experiencias y sus quehaceres me dicen: hablemos de esto. El tema es que el puente para que esas conversaciones y relatos se terminen convirtiendo en una obra literaria es muy largo. El sistema editorial es hostil y te deja bastante sola. Fue un poco esa soledad la que me impulsó a escribir sobre otros temas y abandonar por un tiempo el tema de la maternidad. No es fácil y las editoriales no incentivan estas escrituras.
En una nota la escritora Rachel Cusk cuenta que su libro A life’s work sobre la experiencia de convertirse en madre generó reacciones terroríficas en otras mujeres, quienes la acusaron hasta de querer extinguir a la raza humana. ¿La publicación de Madrecoco trajo repercusiones de este tipo?
Sí, totalmente. Me pasó más con la familia del padre de mi hijo que con anónimos. Los anónimos en realidad me salvaron porque me escribían madres que me decían: «Esto que escribiste es así, me pasa lo mismo, gracias por haberlo puesto en palabras». Pero en el seno de la intimidad, donde los mandatos operan muchísimo más fuerte, ahí sí me encontré con mucha censura. Toda una parte de mi familia se ofendió conmigo, no fueron a la presentación del libro, jamás me felicitaron. Yo lo publiqué y al poco tiempo me separé. No quiero decir que fue por el libro pero su escritura fue un buen catalizador.
En el libro contás que dejaste terapia, al tiempo quedaste embarazada y después empezaste a escribir el libro, y que eso se convirtió de algún modo en tu nueva terapia ¿De qué se trata este acercamiento a la escritura como terapia que ahora también ejercitás en tus talleres de escritura expresiva?
Con Madrecoco me di cuenta de que había logrado ver mucho de mí a partir de la libertad que me había otorgado de ponerles palabras a las cosas. Tener ese momento diario de escribir un poco hizo algo bueno por mi psiquis. Por eso me empecé a interesar por la escritura expresiva y la escritura terapia. Encontré a James Pennebaker, un psicólogo social norteamericano que escribió La vida secreta de los pronombres, donde plantea que el lenguaje estructura nuestro psiquismo. A grandes rasgos, según Pennebaker cuantos más pronombres y palabras funcionales usamos, más «rotos» estamos. Por eso propone desgarrar el lenguaje y dejar entrar otras palabras. El incluirlas y darse la valentía y el tiempo para usarlas, de alguna manera nos rescata y se convierte en una herramienta de sanación. También está la teoría de Luis Castellano, un neurocientífico español que habla de la esencia del lenguaje positivo. Me empecé a apasionar con estas corrientes y tuve la osadía de ver qué pasaba con un grupo. Así empecé a dar talleres para escribir con una temática puntual en cada encuentro, y pude ver en esto además una manera de vivir.
¿Cuál es el objetivo de los Círculos de maternidad que llevás adelante?
La idea de los círculos es reconectar con nuestra historia a partir del encuentro con otras, y descubrir el potencial narrativo que tiene la maternidad. Los círculos no son solo para madres sino para mujeres en general. Queremos cerrar esa brecha enorme que hay entre las madres y las no-madres.
¿Cómo pensás que se vinculan el feminismo y la maternidad?
Desde el feminismo (y en el libro lo escribo en un apartado que se llama «Hi, Feminist»), a veces para alejarnos del mandato número uno del patriarcado que es «Parirás», se considera que si sos madre vas a estar siempre sometida a una forma de dominio. Esa visión implica no entender que hay tantas formas de maternidad como personas, y que la maternidad no es una cajita cerrada que solo habilita determinadas situaciones. Una también se puede empoderar a través de la maternidad. Yo, particularmente, me hice feminista y tuve una mayor conciencia de mi género a partir de ser madre. La maternidad fue mi detonante, y lo fue la violencia obstétrica que sufrí, entre muchas otras cosas. Esa lucidez sistémica que me trajo la maternidad puede pasársele por alto a una feminista que no atravesó ciertas cosas de ser madre, o que ve desde afuera a una madre como a alguien que solo está todo el día atrás de un hijo, o que intuye que la maternidad es el pasaje a la muerte creativa. Por suerte eso no es así.
***El collage es de Esperanza Bacigalup Vertiz
Un comentario en “Mariana Olivera: «A la literatura materna todavía le falta diversidad»”