Así empieza la saga de cuatro libros que le escribió el escritor noruego Karl Ove Knausgard a su cuarta hija por nacer, uno por cada estación.
Este es el primer capítulo del libro Otoño, la primera de las cuatro estaciones de la saga, traducido por mí, porque acá todavía no llegó en español (y no creo que llegue en los próximos años).*
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28 de agosto. Ahora, mientras escribo esto, vos no sabés nada sobre ninguna cosa, ni sobre lo que te espera, ni sobre el mundo en el que vas a nacer. Y yo no sé nada sobre vos. Vi una imagen en la ecografía y puse mi mano sobre la panza en la que estás, pero eso fue todo. Faltan seis meses para que nazcas y puede pasar cualquier cosa en ese tiempo, pero yo creo que la vida es fuerte e indomable. Creo que vas a estar bien, que vas a nacer sana y salva, y fuerte. Que vas a ver la luz del día, como dice el refrán. Era de noche cuando nació tu hermana más grande, Vanja, y la negrura estaba llena de nieve. Justo antes de que saliera, una de las parteras tiró de mí y me dijo, Agarrala, y yo la agarré. Se deslizó una bebita en mis manos, resbalosa como una foca. Yo estaba tan feliz que lloré. Cuando nació Heidi, un año y medio después, era otoño y estaba nublado, frío y húmedo como cada octubre. Ella nació a la mañana, el parto fue rápido, y, cuando asomó su cabeza pero no todavía su cuerpo, hizo un ruidito con sus labios. Fue un momento de alegría total. John, como se llama tu hermano, salió en una cascada de sangre y agua. La habitación no tenía ventanas, parecía que estábamos adentro de un búnker, y cuando salí a llamar a sus dos abuelos me sorprendí de que hubiera luz afuera, de que la vida siguiera su curso como si nada especial hubiera pasado. Era el 15 de agosto de 2007, habrían sido las 5 o 6 de la tarde en Malmö, adonde nos habíamos mudado el verano anterior. Más tarde ese día manejé hacia un hotel de pacientes, y al día siguiente fui a buscar a tus hermanas, que se divirtieron muchísimo poniéndole un lagarto de plástico a John en la cabeza. Tenían tres años y medio y casi dos en ese momento. Saqué fotos, algún día te las voy a mostrar. Así fue como vieron la luz del día. Ahora son grandes, están acostumbrados al mundo, y lo más raro es que son tan distintos, cada uno tiene su propia personalidad, y siempre fue así, desde el principio. Supongo que así va a ser también con vos, que vos ya sos la persona en la que te vas a convertir.
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Tres hermanos, una madre y un padre, eso somos nosotros. Esa es tu familia. Lo cuento antes que todo porque es lo más importante. Buena o mala, cálida o fría, estricta o indulgente, no importa, es lo más importante, son las relaciones a través de las que vas a ver el mundo, y que van a formar tu entendimiento sobre casi cualquier cosa, directa o indirectamente, tanto en la forma de resistencia como en la de apoyo. Justo ahora, estos días, estamos bien. Hoy, mientras los chicos estaban en la escuela, tu mamá y yo fuimos a Limhamn, y en un café ahí, en la recta final del calor de verano -hoy fue un día espectacular y maravilloso, sol, cielo azul, con un suave indicio de otoño en el aire, y cada color parecía profundo pero también brillante- discutimos cómo ibamos a llamarte. Yo sugerí Anne, si resulta que sos una nena, y Linda dijo que le gustaba mucho el nombre, hay algo soleado y liviano en él, y esa es una cualidad que queremos asociar con vos. Si sos un nene, tu nombre, sugerí yo, va a ser Eirik. Entonces tu nombre tendrá el mismo sonido que todos los nombres de tu tres hermanos -la y-, un sonido que si se pronuncia en voz alta, todos tus hermanos tienen: Vanja (Vanya), Heidi (Heydi), John (Yonn). Ahora duermen, los cuatro. Yo estoy sentado en mi estudio, que en realidad es una casita con dos cuartos y un loft, que se ve a través del verde donde está la casa en la que están acostados (…). Del otro lado, atrás de la casa en la que estoy sentado, hay una granja grande hecha de ladrillos rojos, es hermosa de ver, alzándose como una torre entre el follaje verde. Rojo y verde. No significan nada para vos, pero, para mí, esos dos colores contienen muchísimo, algo en ellos emana una atracción poderosa, y creo que esa es una de las razones por las que me convertí en un escritor, porque siento esa atracción de una manera muy fuerte, y sé que es importante, pero me faltan las palabras para expresarlo, por lo tanto, no sé lo que es. Traté, y me rendí. Mi rendición son los libros que publiqué. Podés leerlos algún día, y quizás entiendas qué es lo que quiero decir. La sangre fluyendo a través de las venas, el pasto creciendo en la tierra, los árboles, uf, los árboles meciéndose en el viento.
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Estas cosas maravillosas, que próximamente te vas a encontrar y vas a ver por vos misma, son muy fáciles de perder de vista, y hay casi tantas maneras de hacerlo como hay personas en el mundo. Por eso es que estoy escribiéndote este libro. Quiero mostrarte el mundo, de la forma que es, alrededor nuestro, todo el tiempo. Solo haciendo esto voy a poder observarlo yo mismo. ¿Qué hace que valga la pena vivir? Ningún chico se hace esa pregunta. Para los chicos la vida es autoevidente. No van por la vida diciendo si algo es malo o bueno, no les hace ninguna diferencia. Eso es porque los chicos no ven el mundo, no observan el mundo, no contemplan el mundo, pero están tan profundamente inmersos en el mundo que no distinguen entre el mundo y ellos mismos. No se hacen esa pregunta hasta que les pasa, hasta que una distancia aparece entre lo que ellos son y el mundo, ¿qué hace que valga la pena vivir? ¿Es la sensación de empujar la manija de la puerta y abrirla, sintiendo cómo se bambolea hacia adentro o afuera por sus bisagras, y entrando a una nueva habitación? Sí, la puerta se abre, como un ala, y solamente eso hace que la vida valga la pena. Para alguien que vivió muchos años, la puerta es obvia. La casa es obvia, el jardín es obvio, el cielo y el mar son obvios, hasta la luna, suspendida en el cielo nocturno brillando sobre los techos de las casas es obvia. El mundo expresa su ser pero no lo escuchamos, y como ya no estamos inmersos en él, experimentándolo como una parte de nosotros, es como si se nos escapara. Abrimos la puerta, pero no nos significa nada, es una nada, es solamente algo que hacemos para pasar a otro cuarto. Yo quiero mostrarte el mundo como es ahora: la puerta, el piso, la canilla de agua y la bacha, la silla del jardín cerca de la ventana de la cocina, el sol, el agua, los árboles. Vos lo vas a ver de tu propia manera, vos vas a experimentar cosas por vos misma y vivir tu propia vida, así que por supuesto esto que estoy haciendo es por mi propio bien: mostrarte el mundo, chiquitita, hace que mi vida valga la pena.
*La semana pasada terminé de leer el tercero, Invierno (Winter), y quedé alucinada. ¿Cómo se puede escribir tanto y tan poco sobre el mundo para una hija aun desconocida, sobre los otros hijos, sobre la vida con tres seres y medio y una esposa hiper deprimida, sobre la vida cuando no tenés mayor escapatoria que tu propia familia? No sé cómo lo hace y no creo que vaya a descubrirlo, pero es fascinante.
Todavía no salió en español así que traduje un pedacito. Voy a tratar de seguir compartiendo los fragmentos que más me impactaron para que se entusiasmen conmigo y reclamemos traducción rápida.
(La foto la tomé prestada, no sé noruego y las ediciones que leí las tengo en e-book de amazon)
Un comentario en “Carta a una hija no nacida”